SALINAS GRANDES
Jujuy. AR
Cruzamos de provincia y amanecimos en Jujuy.
Ruta 52 y luego de atravesar la Cuesta de Lipán, llegamos hasta el punto más alto del viaje para luego terminar caminando por una extensión de sal del tamaño de Buenos Aires.
Nos dijeron de todo antes de salir, que el frío, que el calor, que el sol, que la altura…
Como siempre, por las dudas, tomamos los consejos y los recaudos para que el viaje sea lo más placentero posible, nadie nos corre, hicimos TODO a paso de astronauta para que no nos agarre el famoso mal de altura.
Hasta llegar al monolito todo venía bárbaro…Pero una vez en las salinas…
Me confíe demás con el supuesto frío y me dio un golpe de calor que estuve a nada de caer de cabeza en una gran pileta de sal.
El recorrido lo hicimos, una vez más en auto. Salimos en caravana con otros visitantes y nuestra amable guía Giuli, que llevaba la cabecera con una moto indicándonos el camino.
Al llegar a la primera parada, el manto interminable blanco es imponente, el uso de lentes se hace obligatorio y la pausa para respirar también.
Giuli nos contó todo lo que sabía sobre aquel lugar, me encantaría poder recordar cada detalle de la valiosa información que nos compartía, pero un par de minutos bajo el sol sin una mínima ráfaga de viento, bastaron para que mis piernas empiecen a temblar, el corazón a palpitar cada vez más rápido y la enorme extensión de sal pasara de ser blanca a negra.
Tuve que interrumpir la charla para volver lo más rápido posible al auto antes de desmayarme. Una vez adentro, prendí el aire y me despojé de todo el abrigo que traía puesto.
Nuestra amable guía Giuli me vio apartarme del grupo más pálida que la propia salina y al cabo de unos minutos se acercó al auto a ver si aún seguía de este lado de la vida. Me pidió que baje el vidrio y me ofreció un botellita con un líquido amarillento, me dijo que lo huela (yo, con el mareo y el calor que tenía casi que le doy un trago cual shot de tequila) se trataba del “Agua de Florida”, un agua perfumada fabricada con flores, hierbas y cítricos, que dicen que su inhalación, por su fuerte aroma, ayuda a combatir los síntomas más leves que produce el mal de altura.
Y como quien no quiere la cosa… Con un poco de aire frío del auto y el santo perfumito, en 15 min ya estaba caminando por el piso de sal y hasta sacando fotos, como si nada.
Fue una experiencia nueva, tan solo un susto, al rato nos reímos y disfrutamos lo que quedaba del día.
Un día más de viaje, una aventura más para recordar, amamos sentir la inmensidad en ese lugar, recorrer la cuesta de Lipán a 20km/h y ver como el paisaje iba cambiando a medida que íbamos subiendo, llegar al monolito y tomar conciencia de lo alto que estábamos (creo que nunca estuvimos tan alto) y por supuesto, recorrer las salinas, que a pesar de que la visita es muy rápida, realmente vale la pena verlas, al menos, una vez en la vida.